lunes, 12 de octubre de 2009

El peso de las pruebas contra la religión


Se estila, últimamente, la estrategia de mostrar todas las posiciones filosóficas, políticas, religiosas y demás como opciones igualmente validas dentro de la diversidad. Ciertamente tenemos derecho a escoger en qué creemos y qué pensamos de nuestro universo y debemos ser respetados sin importar cuán absurdas parezcan nuestras posiciones.
Se suele considerar irreverente el hacer mofa de los creyentes pero es difícil tomar en serio los enfoques amañados de las religiones que apelan al respeto y aún así van contra las libertades individuales, tratando de mantenerse todavía en una esfera privilegiada, parasitando en las partidas presupuestales de los estados, sembrando su germen en las mentes infantiles y perpetuándose como dudosos paladines de la moral y la justicia.


La historia está hablando, está en vísperas de dictar su sentencia y no hay nada que los líderes religiosos puedan hacer para cambiarlo. Las religiones han cumplido a cabalidad su labor de dar las explicaciones sobre el origen de todo en las civilizaciones sin herramientas para investigar. Ese ha sido su saludable aporte para el desarrollo humano y listo. Lo que vino después de eso no es digno de continuar: el estancamiento científico, la represión, la exclusión y los homicidios en su nombre son el legado que las religiones nunca debieron dejarnos antes de desaparecer. Ciertamente, no son indispensables las religiones para que las injusticias hayan ocurrido, pero cuánto sufrimiento nos habríamos ahorrado…

Tomemos en cuenta el peso de las pruebas contra las religiones:


  • Las religiones no son guías morales, encontramos en los escritos “sagrados” párrafos llenos de odio y venganza que a todas luces no son inspirados por algún ser bondadoso. Convenientemente, la teología (supongamos que esto es una ciencia) nos dice que esos fragmentos perversos son consecuencia de las concepciones que se tenían de la justicia en determinados momentos históricos. Cuando dicen esto reconocen tácitamente que dios (con minúscula) no es el autor de dichos textos; peor aún, insinúan que lo que nos parece ético si fue inspirado por dios y lo inadecuado es fruto de la opinión personal de los autores, empapada de cultura. Es decir, lo incomodo es obra del hombre y lo justo es obra del “señor”. No profundizaremos en esto pues ya hay quienes se encargan de estudiar los desvaríos literarios de Jehová y de Alá.



  • Muchas religiones creen firmemente en los relatos míticos sobre la “creación” otras afirman que es una forma folclórica de narrar lo que dios hizo lentamente sin contradecir las teorías y descubrimientos científicos. Esta última estratagema es la más patética, utilizar perversamente la ciencia para hacer creer que reafirma el imaginario popular. Ni siquiera en esto se ponen de acuerdo las religiones. ¿A cuál religión creerle? ¿a las radicales? ¿a las agazapadas? A ninguna. Todas divagan y afirman tener la verdad sin estudiar nada. Prefiero lanzar una hipótesis basándome en evidencias que creer firmemente en historias fantásticas.



  • Dios no se ve por ningún lado, apostar por la existencia de un mundo imperceptible e intangible con seres que dominan o influyen el “plano” físico es algo que la humanidad debió superar hace tiempo. El único espíritu que he sentido de alguien ha sido el que sale de las axilas. Somos materia pura. Por muy duro que nos parezca, sólo eso somos. En mis años mozos asistí a sesiones espiritistas, aprendí el tarot, jugué con la tabla ouija, he practicado las hechicerías de numerosos libros (entre ellos La Clavícula de Salomón y publicaciones de Editorial Ariel Esotérica) todo con tal de encontrar esa pequeña pista que me demuestre la posibilidad de ese algo inmaterial pero real y no he percibido más que fantasías, predicciones obvias. Fueron años perdidos de mi juventud. Tal vez hay algo en la constitución cerebral de algunos que nos hace más fuertes a este tipo de supersticiones.


  • ¿Que no he intentado buscar a Dios? Claro que lo intenté. ¿Cómo no hacerlo si toda mi familia es católica y en la ciudad donde crecí no conocí a un solo ateo? Me bautizaron, me confirmé (no sé por qué se llama confirmación, si a esa edad todo es confuso por obra y gracia del espíritu santo, con algo de análisis sólo puede confirmarse la locura colectiva) ¿Cómo no hacerlo si por conquistar a una hermosa chica evangélica ingresé a varios cultos con el propósito de sentir el toque del señor y, de paso, ligar a esta preciosidad? Sólo vi unos individuos contorsionándose al mejor estilo epiléptico. No hubo toque, ni experiencia diferente a la incertidumbre de mi salud mental. Ni siquiera el amor era suficiente motivo para presenciar tal espectáculo.

Es aquí cuando la posición del ateo, su respeto por las evidencias, se intenta menospreciar apelando al relativismo cognitivo (es curioso que quienes recurren a este ardid son los mismos que atacan al relativismo moral). Los autodenominados “guías morales de las civilizaciones” no sólo son seres humanos comunes y corrientes, incapaces de transmitir algún mensaje proveniente de dios, son tan comunes y corrientes que cometen crímenes y hacen obras de caridad como otras personas; la única diferencia es que estos individuos tienen una especie de salvoconducto cultural y a veces legal, que les permite seguir engañando a la gente a cambio de sus “buenas obras” y de ahorrarle al estado parte de su obligación social.



Son sólo unas pruebas, las que aporta mi experiencia. Son pruebas que condenan a las religiones a su extinción.

No faltan los creyentes que se atreven a refutarlas con “argumentos” sacados de la biblia. Tampoco faltan los ateos que ven difícil el cumplimiento de esta condena. Yo confío en el ser humano y en su capacidad de sobreponerse a sus propios errores.


sábado, 3 de octubre de 2009

Dios es sólo el producto de nuestros miedos



La religiosidad es una racionalización, es decir, es la manera en la que nos mentimos a nosotros mismos o nos autoengañamos para proteger nuestra mente de una realidad que no podemos asumir. Como el hecho de que nuestra mente es un subproducto de una parte del funcionamiento cerebral.

Se trata de un mecanismo de defensa psicológico sin el cual muchas personas vivirían su vida de manera traumática al no poder dotarla de sentido. Esta es la razón por la cual la formación y el conocimiento no son suficientes para evadir la necesidad de esta racionalización. El miedo es la base que mueve esta maquinaria de protección. El miedo a asumir nuestra objetiva finitud existencial; a reconocer que no somos la creación de nadie o que nuestro organismo no es mas que una maquinaria compleja producto de una muy larga evolución basada en la selección de las mejoras del azar. A partir de aquí no es difícil deducir que las personas religiosas lo son porque tienen miedo a la vida, a aceptar la realidad objetiva porque dicha realidad compromete su esquema mental del mundo, un esquema que protege su existencia más allá de la vida y le otorga un objetivo, y sin el cual su particular mundo se desmoronaría y perdería su sentido.



Cuando esta racionalización se restringe al ámbito personal, todo se queda ahí y no implica ninguna otra consecuencia ni tiene mayor trascendencia. El problema radica en que al tratarse de una necesidad psicológica de protección, el autoengaño puede ser insuficiente para protegerse psicológicamente, pues uno mismo puede llegar a dudar de su propia creencia si los demás no la comparten y de ahí surge la necesidad de conseguir difundir el autoengaño a otras personas. Cuantas más personas compartan el mismo sistema de creencias mayor seguridad sentirán cada una de ellas en que su autoengaño es cierto y de esta forma, amparándose en su cualidad numérica, terminan haciendo verdad sus racionalizaciones consiguiendo la seguridad psicológica que necesitan sin tener que cuestionársela. Es así como consiguen dejar de percibir su autoengaño como tal para ser percibido como una verdad incuestionable, si bien, siempre se fundamenta en un dogma y no en evidencias. Si no fuera por lo común del mecanismo sería indistinguible de un trastorno delirante de naturaleza psicótica. Es ahí cuando la frase "es increíble lo que se parecen la estructura de la religiosidad a la de la locura" cobra todo su sentido.



Por otra parte, cuanto mayor sea la necesidad de seguridad requerida por una persona, más proclive será al fanatismo y esto a su vez genera mayor necesidad de imponer sus creencias a los demás y a ser más intolerantes con quienes cuestionan sus ideas fanáticas. Esta intolerancia extrema a la divergencia de opinión es una reacción de defensa ante lo que ellos perciben como una amenaza, pues cualquiera que cuestione sus creencias pone en riesgo su propia estabilidad psicológica, lo que supone un riesgo que no pueden tolerar.

Este mecanismo explica la mayoría de los conflictos religiosos que tantas vidas han costado.

Muchas personas a lo largo de la historia han sido conscientes de este mecanismo de protección psicológica y ha sido utilizado inescrupulosamente para obtener dominio y control sobre la conducta de estas personas que son fácilmente manipuladas apelando a sus miedos. Las instituciones religiosas son el paradigma de esta empresa de la manipulación social que sigue vigente aún en nuestros días, pero también existen otras fórmulas que consiguen parecida manipulación basándose en los mismos principios. Astrólogos, curanderos, homeópatas, futurólogos y toda esta serie de pseudocientíficos son buen ejemplo de ello.

Y es que, después de todo, la realidad sigue su curso a pesar de nuestras creencias...